OPINIÓN / El tiro en el ascensor


Escribí que la política está llena de incertidumbre y que la rige la hermandad de los egos desbordados y que incluso, puede haber dedazo desde Bogotá, señalando nombres.

Nada ha cambiado, pienso hoy. Todos tienen candidatos para lo que resulte.

Los partidos centrales, resumo, están desbaratados. No es extraño ver que quienes ayer hacían reparos por lo de fondo, nadie esté pensando en planes serios de desarrollo o en planes de ordenamiento para dar el debate acerca de la ciudad posible, de la región posible, sino en lo de fondo: en un acuerdo para la supervivencia electorera. Para reelegirse en ese remolino chupa manchas sin lógica alguna. 

En una sospechosa crisis, donde se arman o cuajan pactos o alianzas que más parecen “conciertos para delinquir: se van a repartir los puestos y el presupuesto”. Van por las vísceras de la politiquería envuelta en alianzas diabólicas. En siniestros “caínes”. En el en bla- bla- bla del desarrollo humano o en la etiqueta mentirosa.

Difícil de corregir sino no nos ponemos serios a la hora bendita de votar.

Quien puede levantar la mano hoy para señalar – con el dedo gordo derecho (¡haga el ejercicio!) que no se va invertir ¿más plata en este proceso electoral como jamás ha ocurrido? Muchos de quienes se apresuran a corregir pactos, van por lo de ellos. 

Dentro de toda esa maleza electoral, se mueven nombres decentes, es cierto. 

No podemos estigmatizar el ejercicio político al amparo del negocio de la democracia que se parcela o del abuso perverso de los escandalosos contra poderes en nombre de siniestros armazones.

Para la galería del recuerdo, cierren los ojos, bajen el dedo gordo y recuerden ayer no más el canceroso proceder de la reyerta por las tripas llagosas de la elección de Contralor. Destilando odios y cobros del pasado. Juegos de lo que viene mientras la macroeconomía escurre los bolsillos de poderes marginales.

Donde las reformas a la justicia, la salud, la educación, son una carcajada en poderes muecos y en sociedad sin dientes que se burla de la nueva ley de participación ciudadana.

Los cargos de control sometidos al vaivén del yo te elijo y tu me pagas. En preocupantes desequilibrios del poder subidos en coyunturas políticas sucias, débiles y anárquicas.

La ideología vale huevo. Es un tiro dentro del ascensor repleto. Es cierto: “no están pensando en las próximas generaciones sino en las próximas elecciones”. Cambiamos la ambición por la avaricia, el cálculo por las matemáticas y la confianza y la credibilidad por cerrados silencios. Las cofradías crecen en la repartija que se mueve al amparo de sumar montoneras para lucrar o aceitar el negocio. 

Los espacios son cada vez menos para competir en una desigualdad electoral donde el voto no se recomienda sino que se compra. Acaso, alguien nos podrá decir en que va una reforma política seria, audaz, transparente y no en el contrato para envilecerla más?

El mismo ritmo pordiosero donde los controles escasean y donde cualquier tiro puede sonar para elegir la indecencia. Esto hay que revisarlo porque alguien tiene el revólver en el ascensor. El cabildeo no puede ser para hacer torcidos ejercicios electorales o componendas sino para tener mejores gobiernos. 

La política no se la podemos dejar a la ilegalidad o a la “vacuna”.

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