OPINIÓN / Leyendo a Pereira

Por sus cementerios que guarda la memoria de sus muertos. Por las voces espaciadas en la radio, por esos mismos muertos que la prensa de sangre nos recuerda por la violencia cotidiana y por una urbe que crece  entre los desequilibrios sociales de este microcosmos cambiante que es Pereira. 

Por una ciudad que no es lo mismo en una tarde lluviosa o en una mañana remangada en el calor en ayunas o en el periódico mojado en sus páginas sociales donde el texto muere cada 24 horas, sin seducir sino en el trágico recorrido de una ciudad que va en un Megabús raudo hacia Cuba o Dosquebradas compitiéndole a la moto, a la cicla y al mismo pie ancho del ciudadano anónimo.
Es la ciudad misma petrificada pero que te llama. 


Por sitios donde el olor a banano, aguacate y matas para curar el dolor del alma se vende a pedazos o cómodas cuotas. La ciudad – disco  que se baila o en la calle de gafas para nuevas estéticas o para ciegos  con abismos interiores que releen el tabú de la vida. De las pasarelas urbanas modernas que son los centros comerciales donde te pavoneas o te muestras  como un  maniquí aferrado al consumo. Que no cree en superhéroes. Que pasea el embrujo de las redes sociales  y que releen la ciudad en pequeñas lupas descifrando los códigos, los contenidos de sus habitantes. En los muros o en trinos que recogen pedazos de urbe en fotografías, en lírica o en la vocinglería creciente de vendedores sin presente apuntándole al diario. O, en La Circunvalar de lenguaje sin editorial.

Por el cambio de memoria digital que te cruza y te dispara instantáneas como cuando te paras frente a una estatua, un monumento, un busto y te resignifica sentidos. Que como valor te crea imaginarios y te pinta voces de metal, personas – busto  o cristos o monumentos  trazando libertad o incendiando el tiempo en generaciones que buscan memoria. Que es ciudad para leer en estructuras que te encuentras  al lado de parques sin nombre y de comunidades sin orden que desoyen las voces de la ciudad que camina al lado. 
Que te presenta miradas diversas de una ciudad región fragmentada.  Que llena vacíos.

 Esta Perla que no es Perla sino otro tipo de tesoro escondido entre el café y las confecciones. Entre la producción y la industria. La ciudad texto convertida en monumento, en metáfora, en hito, en cicatriz de una renovada antropología urbana donde te encuentras con murmullo de desentrañar la historia misma de Pereira.

Pereira es gris o verde donde te pares. Calurosa por su amistad y simpatía o un auge tímido de ciudad - academia donde muchos jóvenes aplazan carreras y son vencidos por lo económico. Hablo de una Pereira fenicia desbocada por grandes superficies y por el acomodo del mercado en una lectura de bolsillo. 

 Que construye en cada monumento su importancia cultural, que te deja lecciones de  identidad y de ciudad - salón que sin libreto te permite el recorrido histórico tropezando otras pinturas ciudadanas, que refleja una  ciudad que te estrega una  forma diferente  de leer a Pereira.

Una ciudad de lectores invisibles que hace memoria para el presente y que recoge el pasado del que estamos hechos. Evocación de historias comprimidas en el tiempo.

Lecturas de ciudad en contextos diversos y simples en una ciudad compleja.

Todo esto para decir que celebramos las 11 entregas coleccionables en un periodismo vivo y de memoria del proceso socio – histórico  que determinó la fundación de la ciudad  y que ofrece VECINOS como un valioso aporte y un significativo esfuerzo de Luisa Fernanda Salas Correa. Del nuevo hito que ve en cada escultura, en los 48 monumentos, una historia con nombre de Leonel Arbeláez, que se reinventa, que crea y construye, que golpea el mármol para explicárselo al ciudadano que estudia la ciudad desde esas viñetas que se encuentran como traductores de historia.   O, de  colocarse la camiseta con olor a ciudad que oferta RCN  con Liliana Torres..

Periodismo como aporte y cultura que trasciende: 150 años de memoria viva y no para el olvido.  ¡Pereira es tu ciudad!

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